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martes, 22 de julio de 2008

Ruego por Colombia


RUEGO POR COLOMBIA
o la ética del rinoceronte

Desde afuera los poemas se ven bien, desde adentro duelen.
Desde afuera el poema sigue su camino, desde adentro nos detiene.
El poema colombiano es un drama con final feliz, porque al final llega el éxodo o la muerte, porque finalmente o logramos irnos o nos matan, los he visto irse o morir, mientras agonizamos en el intento, sin poder siquiera despedirnos porque ni tiempo para eso nos ha dejado el engendro. El poema colombiano no lo escriben poetas, los escriben hombres anónimos de la calle y de las sombras, personajes de la oscuridad que hilan la maraña de la ciudad y se enredan en ella, que bien sea con las drogas o con la realidad terminan consumiéndose, dando eso sí visos de genialidad y enajenación, eso es lo que nos ha dejado la guerra, un sub mundo, una cuidad antropófaga que alimentada de sí, regurgita y vuelve sobre sus restos, para intoxicarse de su sangre, confundida en el cause de la muerte, cebada de sus propios cadáveres y día tras días más hambrienta y más famélica, más incesante en la necesidad de víctimas, más mutiladora de cuerpos y sueños.
El poema colombiano ya no puede ser siquiera una queja, unas palabras agudamente ordenadas en el papel que permitan exorcizar el dolor de la raza, ya no hay tiempo para el papel y la pluma, porque la existencia en mi país es explosiva, el existencialismo detonante, y la prosa una explosión de acciones que desembocan en el cansancio de una voz ahogada, de un sueño ulcerado y de una dentellada despiadada que no deja salida.
Estamos acorralados, entre la espada y la fosa, con malvados epitafios que siquiera invocan afanes de reconstrucción en la memoria, cuando si algo le hace falta a Colombia es memoria, pues esta solo existe para eternizar en la pupila al asesino, al del padre, al asesino del hijo, al asesino de la madre, y así poder vengarse de los múltiples genocidas, con otros, crímenes surtidos de ingenio atroz, e instinto homicida.
Para eso se alimenta la sociedad antropófaga, para tener fuerzas y seguir en su danza de holocausto, en su carnaval de vísceras que surcan los dolores del himno nacional y germinan la nueva oscuridad de América latina, la sectorización de la estirpe, por la expiación de los pecados, para la conveniencia extranjera.
Ruego por Colombia para que conozca de paz algo más que la palabra, esta que cancerigena recorre bocas y manos, conveniencias, tratados, acuerdos y mesas de negociación.
Ruego por Colombia desalmada y católica, polifónica en la voz de sus armas y noble en sus campos ya vacíos.
Ruego por la inocencia pérdida de las manos infantiles que empuñan un AK-47, ruego por las vaginas sarnosas brutalmente arrancadas del vientre, ruego por los deseos de pan cegados en el repetir de la canana, ruego por el cuerpo que le entregaron a una madre, desfigurado por el odio y cubierto de una infamia tricolor, también ruego por los hijos que Colombia olvida, solo porque al uniforme le sobreponen una pañoleta roja, esos también son hijos de Colombia y por ellos también ruego, porque son producto de la misma afrenta repetida, del mismo provecho soterrado, de la misma ignorancia ignominiosa, empuñando el mismo fusil, desde la misma montaña, por el mismo interés destinado a otro patrón, y por eso Colombia no los reconoce, porque ellos no consignan a la cuenta de los Uribe Vélez, de los Holguín, de los Pastrana, de los Gaviria, de los Santos, cuando finalmente son los mismos campesinos que por suerte o error ofrendan sus vidas a intereses que jamás verán y que son inducidos a la guerra por un arriero de cualquier nombre, o cualquier seudónimo.
Ruego por Colombia, para que no enferme más a sus hermanos con sus lances alucinógenos y sus ejércitos heterodoxos, con sus hijas putas y sus hijos resentidos, ruego por una lobotomía para mi país, ruego por regresar al milagro precursor que no necesitó de minas anti persona, ni de carteles, ni vitrinas carnales para encumbrar sus ríos y sus montañas, sus cantos de pradera, y sus vuelos de paloma.
Ruego a Colombia para que no aboque al abismo a sus cantores y sus coristas, a sus hombres cajas de resonancia, y sus niños multi-instrumentistas, a sus pocas manos ya, que aun hoy entre la pólvora huelen a tierra y fruto, aun hoy cuando en Colombia nadie tiene ya raíz.
Ruego por Colombia a estas alturas cuando lo poco que le salvamos a la violencia ha sido fe y poesía.

Larry Mejía
Bogotá abril 24 de 2008

2 comentarios:

Marta dijo...

Wow, realmente me conmueven tus palabras. Que buen post.
Felicidades desde Bogotà tambien.
Un abrazo

Unknown dijo...

hola larry enfant terrible, has plasmado en palabras el dolor y la agonía de un país atrapado en múltiples contradicciones , paradigmas y paradojas , un país sumido en la desesperación y las incertidumbres , y al que solo nos queda darle una piadosa sepultura.

transpiras desolación y eso nos hermana aún más . larry , no cambies
saludos desde la villa -atte cain el desolado.ljztlas