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miércoles, 2 de junio de 2010

Santa Marta


Del otro lado está el mar, me recuesto en las montañas, dejo pasar el tiempo, o más bien es el tiempo quien me deja pasar a mi, soy yo quien pasa, el tiempo es una ilusión, una palabra, un vendaval de recuerdos.
Diferentes extranjeros pasan frente a la playa, en tanto sus pieles van asimilando el color de la arena, a lo lejos los barcos cargueros, letamente avanzan, suavemente se internan en la nada oceánica.
Los pescadores van al mar, sobre improvisadas naves, que al ritmo de las olas se deplazan. Los pescadores siguen con sus caderas el ritmo del agua, la música del agua. Una vez en tierra, sus manos anteriormente vacías, regresan con los frutos del mar, del gigante generoso, que de tanto en tanto se cobra sus obsequios con una que otra vida, poca cosa para toda la mierda que recibe este cielo en tierra.
Hace un par de días aterricé en Santa Marta, por invitación de mi amigo Jairo, este amigo mío que habla como si cantara tango, con esa nostalgía de quien pregunta y responde por y para nadie.
Españoles, árabes, autralianos, y toda una fauna de forasteros es acogida por la tierra que supongo mía.
Mis piernas, hilo delgado de carne y husitos, parecen un rosario por gracia de los zancudos que comen de mi.
De fondo en el bar donde entré a trabajar Mick Jagger canta su Wild Horses.
Una española y un manizalita, Los Nómadas, cruzan en un Renault 4 Sur América. Los Nómadas son: Abel y Elena.
Taganga Extreme, es el nombre de mi nueva empresa.
Famélicos perros se lamen sus pieles, intentando sofocar el calor que los sofoca, famélicos artesanos recorren de punta a punta la bahía, buscando vender sus productos, para mitigar su hambre, producto a lo mejor de los excesos con la marihuana, de la marihuana han hecho caldo de cultivo los habitantes de esta playa, toda la decoración e intalación es alusiva a la planta.
Famélicos turistas escudriñan la playa en busca de saciar su hambre de rumba, su sed de vida, a resumidas cuentas todos aquí tenemos hambre, yo tengo el hambre del regreso, pues este mar, no me llena la sed de los ojos, ni el hambre de paisaje. Yo soy un montañero.
La noche a caído sobre Taganga, el mar de fondo como un inmenso animal, espera los amantes clandestinos. Dicen que esta playa tiene un alto índice de sida, normal.
Armonizando la noche Pipe y su padre, dos cantantes con resonar de ola en un acantilado. Sus canciones incluyen poemas de José Martí, en tanto un español, de Cantabria, arruga el seño, y por su cabeza, pasan la mar de improperios contra Elena, que es del país vasco.
Allá, frente a mi, el mar con su ir y venir aburrido, con arrullo del desamparo, con su tan vital, como mortal coqueteo. Allá el mar y aquí yo en mi segunda noche desde esta playa, una menos de la vida.
Desde diferentes hoteles, con el caer de la noche, “los murcielagos” (como les dice Luis mi compañero del bar a los turistas) caen además, daneses, suecos, alemanes, árabes, españoles y un sin fin de gente, a chuparse, la poca sana sangre que hoy por hoy le queda a mi pueblo. Mi pueblo de cara al mar con intención de sosobrar.